MIS DUDAS SOBRE ADRIANA, CAPÍTULO 5
MIS DUDAS SOBRE ADRIANA
CAPÍTULO 5
Para colmo, me pareció escuchar
al fondo un gemido que debía ser de Gabriela. La imagen de Julieta con los
pezones apuntándome bajo su camiseta, de la postura que debía tener Gabriela
mientras Mauricio se la comía y de las tetas de Adriana contra las baldosas de
la piscina mientras hablaba con Sebastián fue suficiente para mí. No pude más.
Busqué con mi mirada y me di
cuenta que detrás de la pared en donde estaba había un pequeño rincón oculto
lleno de maleza y de hojas secas. No importaba eso, lo importante era que desde
allí nadie podría verme. Me metí allá, me bajé la pantaloneta y me la comencé a
halar. La verdad no tuve que hacer mucho esfuerzo, ya estaba que estallaba,
tenía una buena mancha de líquido en la pantaloneta y la punta de la verga bien
mojada. No supe si fue mi impresión o qué, pero escuché otro gemido de Gabriela
al fondo, el puto de Mauricio le debía estar dando con todo y ella feliz lo
gozaba y nos hacía envidiar su placer. Debía estar con las tetas balanceándose,
con las piernas bien abiertas y ese chochito bien mojado y sudoroso. Justo en
ese momento sentí mi descarga, apreté el culo y el primer chorro de semen voló
por los aires y cayó encima de una piedra verde, el segundo dio aún más lejos
mientras apreté los dientes porque la corrida era intensa, hacía tiempo no me
corría de esa forma tan violenta, pero la verdad era que estaba super excitado,
como hacía tiempo no lo había estado.
Todo ese ambiente era demasiado
para mí, todos ellos me habían llevado al límite y me habían dejado un recuerdo
perpetuo con el que disfrutar. El tercer chorro ya cayó mucho más cerca, sin
embargo, me sorprendió la cantidad de esperma que alcancé a lanzar. Yo no solía
ser de corridas abundantes, apenas unos chorritos débiles, pero —en ese
momento— yo mismo me sorprendí por la cantidad de leche que boté y lo dura que
mi verga permanecía a pesar de la corrida. El cuarto chorro volvió a caer en el
mismo sitio que el tercero y el quinto ya vino cayendo más cerca de mis pies.
Sin embargo, hubo un sexto, un séptimo y unas cuantas gotas que se quedaron
escurriendo por mi mano.
No podía creerlo, había tenido la
mejor corrida de mi vida.
No podía verme, pero me sentía
rojo, acalorado por la fiebre de mi cuerpo. Notaba que todo mi cuerpo sudaba y
las gotas de agua se escurrían por todas partes. Poco a poco fui recobrando el
aliento y la calma volvió a acercarse a mi mientras tomaba bocanadas de aire
para poder recuperar la conciencia de nuevo. Aunque no lo quisiera debía
admitirlo, toda esa escena, todo ese baile de tetas, miradas e intrigas me
habían superado. Debía admitirlo: todo eso había sido demasiado rico, demasiado
estimulante, demasiado placentero ¿Irme? ¡A la mierda! ¿Quién sería tan tonto
como para irse después de una corrida como esa?
Sin embargo, y ya con un poco más
de calma, me propuse hablar con Adriana y aclarar nuestro panorama. Eso sí
debía hacerlo, no debíamos dilatarlo más tiempo. Unos tres o cuatro minutos
después ya me sentía más calmado, ya sentía que mi corazón latía con menos
fuerza y que mi verga volvía a ocupar el pequeño espacio que le correspondía.
Me quedé contemplando mi verga un instante, era impresionante que de un palito
tan delgado como ese saliera tanta leche como antes. Sonreí. Me terminé de limpiar las pelotas con las
manos, no tenía nada más en ese momento. Me subí la pantaloneta y salí
cerciorándome de que nadie me estuviera viendo. Todos parecían estar en su
cuento y nadie se preocupó por mí o, por lo menos, así lo sentí.
Me lavé las manos en el lavaplatos que estaba en el asador (eso sí, había que darle las gracias al constructor de ese espacio que tenía todo lo necesario para alimentar las sensaciones). Mientras me lavaba las manos me pareció volver a escuchar a Gabriela, no fue muy claro, pero parecía estar gozando como bestia de su polvo. Me sonreí ¡Felicidad para los amantes! Que tiraran todo lo que quisieran, yo ya estaba satisfecho.
Me limpié las manos en la
pantaloneta para, de paso, ayudar a bajar la fragancia de mi corrida. Luego
agarré mi cerveza y, a pesar de ya estar más que tibia, me la bebí como si
fuera un helado. Miré la parrilla, de mi parte ya estaba todo listo. Miré hacia
la piscina. Sebastián ya estaba afuera y hablaba cerca de Julieta, que se
tomaba algunas fotos con su teléfono, luego le pasó el teléfono a Sebastián y
posó mejor para él. La verdad, hacían eso todo el tiempo y no me pareció nada
extraordinario. Lo grande llegó cuando busqué a Adriana con mi mirada y la
encontré en el mismo punto en el que la había dejado antes, un poco más afuera
y ahora se veía más de la mitad de su espalda desnuda afuera del agua. Sin
embargo, lo impactante era que estaba atenta a los gemidos de Gabriela. Ella
era la única de todos que estaba pendiente a cada embestida que recibía su
amiga, y no solo eso, se notaba caliente. Los besos de Julieta y Sebastián la
habían calentado, pero ahora se sentía mucho más. Podía notar como su cuerpo
estaba hirviendo. todo a su alrededor se había servido para excitarla, si a mí
me había pasado factura el espectáculo, ella debía estar sintiendo un infierno
entre sus piernas.
Sebastián me silbó y desde su
punto me hizo una seña para saber si el asado estaba hecho. Estiré mi pulgar
complacido: ya estaba hecho y había quedado bien adobado. Me sonrió y junto con
Julieta comenzaron a acercarse.
Para mi sorpresa, ambos me
ayudaron a acomodar todo para servir y yo ya no tuve que hacer más. Sebastián
se paró al borde la zona y grito:
—Ya está el asado. Terminen con
sus cosas —y soltó una risa que nos contagió a Julieta y a mí.
Adriana también sonrió, pero
antes de salir le dio otro par de cruzadas a la piscina. Sebastián tenía ganas
de decirme mil cosas sobre mi mujer, pero la presencia de su novia lo detuvo,
apenas me sonreía y me hacía gestos mientras yo le seguía la corriente.
Un rato después vimos como
Mauricio y Gabriela por fin salían de la casa. Él llevaba una bermuda limpia y
traía las cervezas para todos en la mano, detrás suyo venia Gabriela que se
había puesto un short bastante pequeño y una camiseta negra, sin embargo, se
notaban las tiras del bikini amarrado a su cuello, aunque se notaba que era un
bikini distinto, de otro color y, seguramente, más chiquito que el de la
mañana.
—Qué calor ¿no? —dijo sonriendo
Mauricio al llegar hasta nosotros.
—Menos mal ya te refrescaste —le
contestó Sebastián y todos reímos.
—Esto se ve increíble —dijo
Mauricio repartiendo las cervezas y mirando la parrilla— ¿Comenzamos?
Yo iba a agarrar el cuchillo para
comenzar a repartir, pero Gabriela se me anticipó.
—No, Carlitos, nada de eso —dijo
muy amable— tu siéntate que ya hiciste mucho hoy, ahora nos toca a nosotros
hacer el resto.
Yo sonreí y me imaginé siendo
atendido por semejante mujer. Mientras tanto ella comenzó a organizar a los
otros y a ponerles tareas para servir pronto. En el fondo de su olor a shampoo
alcanzaba a oler su cuca empapada, hay cosas que el agua no pude cubrir y la
buena corrida de una hembra es de esas cosas. Olía delicioso y se lo hice
saber, quería picarla un poco.
—¿Hueles delicioso? —le dije
mirándola.
—Gracias —me respondió sonriente—
es que traje un shampoo de almendras y vainilla, lo estoy probando, pero si a
ti te gusta es porque funciona.
—Claro que funciona —le dije
mientras me sentaba y destapaba mi cerveza.
—¿Y para donde va Adriana? —dijo
Mauricio.
Todos volteamos a mirarla y ella
entraba a la casa cubierta apenas por su tanga, aunque cubriéndose es un decir
porque la tenía tan metida en el culo que apenas se veía un hilo grueso.
—Me vas a perdonar Carlitos, pero
tu esposa se ve espectacular —soltó Mauricio que no se media mucho en ningún
contexto.
—Sí, se ve divina así —dijo
Julieta que también estaba entrando en el ritmo de la conversación.
—Yo la tendría así todo el año
—dijo riendo Sebastián que por fin podía decir algo sin sentirse acorralado.
—No deja de sorprenderme —les
dije sintiendo una mezcla de orgullo y vergüenza, aunque, sobre todo,
indecisión y duda.
Había un pasillo en la terraza de
la casa que estaba descubierto y que se debía cruzar si uno quería llegar al
cuarto en donde nos quedábamos. Cuando Adriana paso por ahí pudimos verla como
si estuviera completamente desnuda, fue un instante, pero fue suficiente para
que todos nos pusiéramos a soñar de nuevo. Además, noté que llevaba algo en la
mano, tal vez el brasier de su bikini.
Mientras comenzaban las
reparticiones me quedé pensando un momento, ella había salido antes de la casa
sin brasier, tal vez lo había dejado en la casa o en la cocina, pero —tal vez—
lo había dejado en el cuarto y lo que llevaba en la mano era la tanga, lo que
podía significar que cuando había cruzado, lo había hecho completamente
desnuda. Me sonreí, no porque fuera imposible sino porque después de mi corrida
todavía tenía cabeza para imaginar esas cosas. Mi mente calenturienta no se
aplacaba con nada. Aunque la verdad era que tenía motivos para pensar en eso,
Adriana estaba demasiado caliente, lo sabía, la conocía y lo notaba en todos
sus gestos; no me parecía extraño que se hubiera quitado la tela que la cubría,
que hubiera caminado ese pedazo de terreno desnuda para terminar de calentarse
y que, en ese momento se estuviera masturbando con ganas, como acababa de
hacerlo yo.
De hecho, me pareció que eso era
lo que estaba haciendo porque se estaba demorando más de lo necesario para
ducharse o cambiarse. Quise ir por ella, pero decidí esperarla, darle su
espacio, que se masturbara pensando en lo que quisiera y que luego bajara más
calmada, más serena y más centrada; la necesitaba tranquila y relajada si
quería preguntarle por qué se había comportado conmigo de esa manera tan brusca
toda la mañana y lo que llevábamos de paseo.
—Esto esta delicioso —dijo
Gabriela probando la carne.
—Es cierto, eres un mago —me dijo
Sebastián dándome las gracias— esta perfecta.
—Gracias, Carlitos —me señaló
Julieta guiñándome un ojo, yo le sonreí, la verdad me gustaba más así que
enseñando las tetas.
—Mi hermano, te luciste. ¡Un
brindis! —dijo Mauricio— Por nuestro chef.
—Espera que llegué Adriana —dijo
Gabriela.
—De aquí a que se termine de
pajear se va a gastar un buen rato —contestó Mauricio haciéndonos explotar de
risa a todos.
Al parecer, yo no había sido el
único que se había dado cuenta de su estado.
Brindamos y comimos un poco. Al
rato —y como lo había predicho— Adriana apareció por la piscina. Venía con una
braga del bikini, esta de color negro y una camiseta crema con unas jirafas
pintadas, pero ella, al igual que Julieta, no se había puesto brasier y sus
tetas bamboleantes se notaban debajo de la tela.
—Casi no acabas ¿no? —dijo
Mauricio en doble sentido tratando de avergonzarla.
—Estabas muy ocupada ¿no? —le
replicó Sebastián mientras el resto reímos entre bocados.
Y para sorpresa de todos,
incluida la mía, Adriana soltó:
—Es que una tiene necesidades,
como si tú no lo hicieras, soy ser humano, tengo que satisfacer mis instintos
—dijo sonriendo y acercando su culo a la parrilla para tomar su porción.
Me sorprendió su descaro al
admitir que si se estaba masturbando y que no le daba pena decirlo. Era cierto,
su olor la delataba; al contrario de Gabriela, ella no olía a shampoo de almendras,
ella olía a cuca friccionada, conocía su aroma y estaba seguro que se había
corrido minutos antes, todavía ese perfume danzaba en el ambiente. Y, para
completar la entrada, al cruzar nos dejó ver su nuevo modelo, literalmente era
una tanga brasilera, un hilo que se le metía entre los cachetes del culo y que
lo dejaba expuesto, era como si no tuviera nada puesto. Hubo un minúsculo
silencio mientras todos le contemplamos el culazo a mi mujer. Estaba divino y
así, casi desnudo, mucho más que apetecible. Luego, cuando se giró, todos
volvimos a lo nuestro.
—Te perdiste del brindis —dijo
Mauricio.
—Podemos hacerlo otra vez —dijo
ella sentándose a mi lado— ¿Por qué brindamos?
—Por las pajas —dijo Mauricio
adelantándose a todos que reímos sin detenernos.
—Bueno, está bien —aceptó Adriana
un poco sonrojada— ¡Por las pajas!
Estiró su lata y todos la
imitamos.
—No, la verdad fue que brindamos
por nuestro chef que hizo este asado, le quedó espectacular —dijo Gabriela que
cada vez ganaba más puntos conmigo.
—Pues muy bien —dijo Adriana—
¡Por las pajas de nuestro chef!
Todos rieron, aunque a mí no me
causó gran alegría, mi propia esposa burlándose de mí, y lo peor era que ella
acababa de meterse el dedo y era capaz de desviar la atención de todos para que
se olvidaran de ella y me la montaran a mí. Luego, al sentir un poco mi
incomodidad, se quedó mirándome, me estiró su lata y dijo:
—Por nosotros los pajeros.
Yo no tuve más remedio que chocar
mi lata y después seguir comiendo mientras hablábamos de otras cosas.
La verdad era que aun sentía el
calor en la entrepierna de mi esposa, a pesar de haberse masturbado seguía
caliente y eso se notaba cuando veía sus pechos de reojo con sus imponentes
pezones erectos que se marcaban en la tela. No estaba haciendo frio para echarle
la culpa a eso, estábamos como a treinta grados y si estaban tan parados era
porque estaba arrecha, porque todavía no se saciaba y porque, en cualquier
momento, haría algo más duro que lo que ya había hecho.
No supe si lo hizo de a posta o
algo así, lo cierto fue que se sentó a mi lado, muy cerca, de tal forma que era
incomodo mirarnos, pero si quedó bien de frente a los demás. Todos ellos le
prestaban atención cuando hablaba y de cuando en cuando a todos, incluyendo a
Julieta, se les bajaba la mirada hasta sus tetas para imaginárselas sueltas
bajo las jirafas. Era todo un espectáculo.
—¿Y qué vamos a hacer esta noche?
—preguntó Mauricio.
—¿Vamos a darle una vuelta al
pueblo? —propuso Gabriela.
Ellas, como si se hubieran puesto
de acuerdo previamente, afirmaron. A nosotros el plan que más nos gustaba era
el de quedarnos en la quinta viendo ese montón de tetas que no encontraríamos
gratis en ningún otro lugar, pero ellas insistieron tanto que, como siempre, terminamos
cediendo.
El asado paso entre charlas,
cervezas, miradas, pezones, calzones y sonrisas que nadie sabía que
significaban en realidad. Por fortuna para mí, las tres chicas decidieron
limpiar todo y darme la tarde libre, también por fortuna para mí, las picaduras
de los mosquitos se habían desvanecido bastante bien y para esa hora si tenía
las marcas, pero la incomodidad era bastante menor. Me propuse comprarme una
crema de esas para el futuro, soldado advertido no muere en guerra.
Decidí acostarme en una de las
hamacas a reposar la tarde, yo era el único que no se había metido en la
piscina en todo el día y pensaba hacerlo, pero un poco más tarde, por ahora,
pensaba echarme una siesta. Con tanta cerveza, con tanto trabajo en la parrilla
y con esa corridota que me había pegado antes de terminar de cocinar, no me fue
difícil caer dormido, caí en poco tiempo.
La verdad no supe cuánto tiempo
pasó, lo que si supe fue que me despertaron las risas de Mauricio y Sebastián
que se divertían en el agua. Abrí los ojos y me quedé mirando el panorama.
Ellos jugaban a la pelota, al parecer habían apostado algo y estaban decidiendo
quien ganaba para cobrar la recompensa. Pero afuera de la piscina estaba la
mejor parte: las tres mujeres estaban tomando el sol, Gabriela estaba sentada
en una silla playera frente a mí y lucia sus pechos orgullosa, cerca de mi
estaba Julieta, acostada de espaldas y apenas vestida con la tanga de su bikini
y al lado de ella, también de espaldas a mí, estaba Adriana, estaba sentada,
dándome la espalda pero luciendo sus senos desnudos hacia los jugadores; desde
mi punto podía ver ahora su tanga brasilera, era un minúsculo triangulo que
apenas decoraba la parte superior de su culo, de ahí para abajo, nada, se
podían ver claramente sus nalgas y la raya que las separaba. De hecho, en un
momento se inclinó para recoger algo que se le había caído y desde mi puesto
pude verle el ojete del culo, el hilo ni siquiera lo podía cubrir por completo.
La verdad la imagen era majestuosa y me paró la verga al instante.
¿Cómo podía exhibirse así? Era
claro que ese era su objetivo. Le había costado reconocerlo, pero ya que lo
había hecho, buscaba sacarle el mayor de los partidos. Sin duda, era la más
buena de todo el lugar, su cuerpo exhalaba deseo, ganas de follársela ahí
mismo. El gran problema para mí era la realidad que justo estaba viendo, para
mí la espalda, la negación, la parte menos importante, para los otros, para
esos que estaban frente a ella, era todo. Toda la exhibición iba dedicada a
ellos, a sus miradas, a sus gotas de deseo, a sus halagos ¿Por qué lo estaba
haciendo? ¿Sería nuestro fin? ¿Sería el inicio de otra etapa en nuestras vidas?
O acaso ¿De su vida sin mí?
Hubo un momento, en el que tal
vez sintió mi mirada sobre su espalda y se giró. Al darse la vuelta nos
encontramos por fin frente a frente; pude ver sus senos cubiertos por una crema
protectora, su piel cada vez más pareja y esos pezones hermosos que
contrastaban con el resto de su cuerpo. Era una diosa. Estaba divina. Me
sonrió, pero no supe en ese momento si su sonrisa era de picardía por su
descaro o de malicia por su desafío a mi presencia, tampoco supe si su sonrisa
era una invitación a que la siguiera o una advertencia a que me quedara por
fuera de su lubrica aventura. Lo cierto fue que se levantó, dejándonos a todos
los presentes con el espectáculo de su cuerpo casi desnudo y sin darle más
vueltas al asunto, se lanzó al centro de la piscina levantando una ola de agua
que alcanzó a mojar la espalda de Gabriela y los pies de Julieta. Fue como si
estuviera marcando territorio, una señal de advertencia para que les quedara
claro quién era la que mandaba y la reina de esa selva.
No quise meditar más sobre sus
gestos. No quería que tomara más distancia sobre mí, ya habíamos estado muy alejados
esa mañana y tenía que comenzar a cerrar la brecha antes de que fuera
inalcanzable. Me levanté y caminé yo también a la piscina y, como ya lo habían
hecho todos, me lancé al centro y provoqué un gran splash que acabo de bañarlos
a todos.
—¿Quién fue el bruto que me mojó?
—gritó Julieta casi enfadada.
Sebastián me señaló como buen
soplón que era.
—Perdona Julieta, fue sin querer,
lo siento —me tocó decirle, ella no dijo nada, aunque se notó su madrazo
telepático. De nuevo, sin querer, la volvía a cagar.
Por fortuna para mí, Sebastián
dejó pasar el detalle y lo que sí hizo fue pasarme la pelota para que comenzara
a jugar con ellos.
—¿No estaban jugando los dos?
—dije.
—Sí, pero lo nuestro puede
esperar —me dijo Mauricio mientras miraba a Sebastián en clave y sonreían.
Miré a Adriana que me sonrió de
nuevo con esa misteriosa sonrisa, parecía que ella si había entendió la
indirecta de Mauricio mejor que yo. De
cualquier forma, decidí restarle importancia y dedicarme a jugar un buen rato.
En el camino se unió Adriana y “por casualidad”, todas las pelotas terminaban
cayendo en ella, obligándola a levantarse y a sacar sus pechos por encima del
agua. Se notaba que los otros estaban felices viéndola luchar y moverse, aunque
la verdad, yo tampoco me sentía muy triste cuando la veía saltar alto para
atrapar el tiro. Al rato. Y casi sin darme cuenta, Gabriela se unió al grupo y
al juego (a ella, que también levantó agua, nadie le dijo nada), su presencia
la aprovechó Adriana para descansar un poco de la paliza que le estaban pegando
los otros dos, se fue un momento a la orilla y volvió a recostar los pechos
sobre las baldosas del agua, levantó las piernas y nos dejó ver su hermoso
trasero, prácticamente desnudo, solo era cuestión de correr el hilo para poder
ver su raja en todo su esplendor.
Todos, incluso Gabriela, en algún
momento nos quedamos viendo semejante culo, redondo y carnoso, marcado apenas
por las marcas del uso constante de calzones durante mucho tiempo, una marca
que —por lo visto— iba a desaparecer para siempre ese fin de semana. Volví a
sentirme excitado, no solo por ella sino por las miradas perversas de todos mis
compadres. Mi verga saltaba y se paraba más cada vez que los pillaba viéndole
el culo a mi esposa; al parecer, mi salchicha acomplejada, tenía bastantes
ganas de volver a empezar.
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